Recientemente, estaba caminando por la Avenida Reforma frente a uno de esos edificios modernos con cristales polarizados. Era el tipo de edificio en el que todos volteamos para echarle un vistazo a nuestro reflejo (un tipo de vidrio que siempre nos hace ver más delgados de lo que somos realmente).
Las ventanas de vidrio estaban reflejando los árboles y arbustos del otro lado de la calle. Se veía como si de hecho estuvieran dentro de la ventana. De repente, vi una mariposa golpeando su cabeza contra el vidrio, como tratando de llegar a los árboles; de ida y de regreso, de ida y de regreso. La pobre mariposa se estaba dando a sí misma un dolor de cabeza mayor.
En el momento en que vi el predicamento de la mariposa, me di cuenta que esta mariposa, terriblemente confundida, estaba reflejando exactamente el poder de la proyección. ¿Qué tan a menudo perseguimos una ilusión, sin siquiera preguntarnos una vez si lo que estamos luchando por alcanzar existe realmente?
Comencé a pensar en el dilema de muchos pacientes y participantes en mis seminarios que sufren de una inseguridad profundamente enraizada. Estos individuos piensan que su sentido de valor personal puede ser encontrado dentro de la aceptación, reconocimiento y/o atención de otra persona. Es casi como si su sentido de auto-estima existiera dentro del otro.
Las caras de estas personas de repente estaban pegadas al cuerpo de la mariposa. El edificio se volvió la persona en quienes ellos buscaban su propia validación tan desesperadamente. Golpeándose la cabeza contra la pared, tratando de encontrar la estrategia correcta, la combinación exacta de palabras y comportamientos que los conduciría a sentirse bien consigo mismos. Estaban destinados a fallar. Como con la mariposa, los árboles no estaban dentro de la ventana. Simplemente era un reflejo. No importaba qué tan duro intentara, no importaba desde qué ángulo se aproximara a la superficie del edificio, no importaba en qué panel de cristal aterrizara, ella también estaba destinada a fallar. Su meta desesperada no estaba donde ella veía.
Pensé en otra persona que estaba en terapia en ese tiempo. “Susana” vino a verme durante una crisis emocional. Se estaba sintiendo terriblemente deprimida, tenía dificultad para dormir, encontraba difícil concentrarse en el trabajo y cada vez se percibía más aislada de los demás mientras que su impaciencia e intolerancia los alejaba realmente.
Susana tenía 36 años, casada, con tres hijos y, en todos los sentidos, tenía todas las habilidades para ser una decoradora de interiores exitosa. Sin embargo, tenía un serio defecto: no creía en sí misma. Su esposo trabajaba como dentista. Juan era ambicioso, un trabajador incansable, dominante y le gustaba estar al mando. Cuando Susana hablaba de Juan, veía hacia abajo, al suelo, su voz se volvía débil y difícil de escuchar y parecía estar luchando entre fuerzas opuestas dentro de su personalidad.
Con el tiempo se hizo claro que Susana juzgaba su auto-valor en términos de los comentarios de su esposo. Si Juan le hacía un cumplido por algo Susana se sentía orgullosa de sí misma y bastante competente. Si Juan estaba de mal humor o se sentía amenazado por un logro de Susana, era implacable en sus críticas hacia ella. Él sabía exactamente qué decir para hacer que Susana cuestionara su competencia como esposa, madre y como profesional.
Susana actuaba mucho como la mariposa. Creyendo que su auto-valor existía dentro de los cumplidos de Juan. Ella intentaba todas las diferentes maneras para asegurar su consideración positiva. Susana se volvía complaciente, solícita, indignantemente enojada, seductiva, remota, suplicante, sobre ambiciosa, perfeccionista para obtener la aprobación de Juan; todo sin ninguna ventaja. No importaba lo que intentara, Susana simplemente no podía encontrar el auto-estima que necesitaba tan desesperadamente. No podía. Su valor no estaba dentro de la aprobación de Juan. Estaba dentro de sí misma, del otro lado de la calle.
Mi trabajo como terapeuta fue ayudar a Susana a ver que estaba persiguiendo una ilusión. Volvamos a la mariposa. ¿Qué pasaría si simplemente yo le dijera que estaba posándose en el árbol incorrecto? por así decir, que lo verdadero estaba en otro lugar. ¿Creen que ella aprendería una lección tan importante sólo diciéndoselo? Todos sabemos qué tan tercos podemos ser cuando estamos convencidos de que algo existe, aunque no exista. ¿Cómo creen que la mariposa respondería si simplemente la tomara de las alas y, a la fuerza, la llevara a los arbustos? ¿De verdad estaría agradecida? ¿Estaría aterrada? ¿Huiría pensando que soy una amenaza en su lucha para alcanzar su meta?
El trabajo difícil de la terapia es encontrar el momento indicado, las palabras indicadas y la concentración indicada para motivar a la persona a ver y experimentar la naturaleza de sus propias ilusiones. Algunas veces eso se logra motivando más golpes de cabeza. Algunas veces sentándose y compartiendo la frustración y dolor de las metas sin cumplir. Y algunas otras veces describiendo lo que se ve desde otra perspectiva.
Con algunas personas, no se puede hacer nada realmente porque prefieren sus ilusiones a la realidad. La realidad significa cambio, significa movimiento y significa esfuerzo. Significa cambiar el curso de nuestras vidas y arriesgarse moviéndonos en contra del tráfico incontrolable.